Saga Vorkosigan 05 - El juego de los Vor by Lois McMaster Bujold

Saga Vorkosigan 05 - El juego de los Vor by Lois McMaster Bujold

autor:Lois McMaster Bujold
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Ciencia Ficción
publicado: 1990-08-31T22:00:00+00:00


11

Miles giro la cabeza al escuchar unas botas que se acercaban rápidamente por el corredor. Entonces soltó el aliento que había estado conteniendo y se puso de pie. Elena.

Ella llevaba un uniforme de oficial mercenario: chaqueta gris y blanca con bolsillos, pantalones y unas botas cortas que brillaban en sus largas, largas piernas. Todavía era alta y delgada, con una piel pálida y delicada, resplandecientes ojos color café, una nariz de curva aristocrática y una larga mandíbula escultural.

Se ha cortado el cabello, pensó Miles algo aturdido. La brillante cascada negra que le llegaba a la cintura había desaparecido. Ahora lo llevaba cortado sobre las orejas, y sólo unos mechones oscuros resaltaban sus pómulos altos y su frente, al igual que su nuca; un corte severo, práctico, muy elegante. Marcial.

Ella se acercó observando a Miles, a Gregor y a los cuatro oseranos.

—Buen trabajo, Chodak. —Se arrodilló junto al cuerpo más cercano y posó la mano en su cuello para sentirle el pulso—. ¿Están muertos?

—No, sólo aturdidos —le explicó Miles.

Ella observó la compuerta interna con cierto pesar.

—Supongo que no los lanzaremos al espacio.

—Ellos iban a hacer eso con nosotros, pero no. Aunque probablemente deberíamos sacarlos del medio mientras escapamos —dijo Miles.

—Bien. —Ella se levantó y miró a Chodak con un movimiento de cabeza. Este comenzó a arrastrar los cuerpos junto con Gregor, y los introdujo en la antecámara de compresión. Elena frunció el ceño y miró al teniente rubio que pasaba con los pies por delante—. Aunque a ciertas personalidades no les vendría mal volar un poco.

—¿Podrás ayudarnos a escapar?

—Para eso hemos venido. —Se volvió hacia los tres soldados que la habían seguido con cautela. Un cuarto montaba guardia más allá—. Parece que tenemos suerte —les dijo—. Haced un reconocimiento y despejad los pasillos en nuestra ruta de escape… con sutileza. Entonces desapareced. No habéis estado aquí y no habéis visto esto.

Ellos asintieron con la cabeza y se retiraron. Miles escuchó un murmullo que se alejaba.

—¿Ese era él? —preguntó uno.

—Sí…

Durante un rato, Miles, Gregor y Elena se acurrucaron en la antecámara mientras Chodak montaba guardia fuera, Elena y Gregor le quitaron las botas a un oserano mientras Miles se despojaba de sus ropas de prisionero y se ponía de pie. Debajo llevaba la vestimenta de Victor Rotha, arrugada y sucia después de andar, dormir y sudar durante cuatro días.

Hubiese preferido un par de botas para reemplazar las sandalias, pero allí no había ningunas que se acercasen a su tamaño.

Observado por Elena, Gregor se puso el uniforme gris y blanco y metió los pies en las botas.

—Realmente eres tú. —Elena sacudió la cabeza con asombro—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Ha sido por error.

—¿Un error? ¿De quién?

—Me temo que mío —dijo Miles, y notó con cierto fastidio que Gregor no lo contradecía.

Por primera vez, una sonrisa curvó los labios de Elena. Miles decidió no pedirle explicaciones por ella.

Este apresurado intercambio no se parecía en nada a las docenas de conversaciones que había ensayado para este primer encuentro con ella.

—La búsqueda se iniciará en pocos minutos,



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